Publicado el 10/12/2011 21:15
Tras dejar las alfombras de concreto, volvimos a constatar que la Amarok tiene lo mejor de dos mundos, pues tiene la capacidad de carga de una pick up –aunque la caja no sea la más amplia del mercado-, al tiempo que se maneja muy fácilmente, casi como un auto, a pesar de ir cargada, en ondulantes caminos montañosos.
Los paisajes de Yosemite son sobrecogedores, pues las formaciones rocosas de más de cien metros de altura imponen bastante. Especialmente porque los caminos de Yosemite están diseñados de tal forma que subes cientos de metros en pocos kilómetros, donde pudimos probar el corto radio de giro de la Amarok y su buen comportamiento en curvas cerradas. Siempre dentro de los estrictos límites de velocidad, claro.
Pocos kilómetros más adelante nuestros pasos nos llevarían al Parque Nacional de Sequoia-Kings Canyon, una tierra de gigantes donde árboles de más de ochenta metros de altura dominan el paisaje como centinelas de tiempos inmemoriales, pues son árboles con más de 2,000 años de vida. Toda una lección de humildad que nos recordó sobre lo pequeños que somos y el poco tiempo que estamos sobre la tierra. Incluso la Amarok se sentía diminuta al lado de estos gigantes del bosque.
En teoría, en esta época habría mucha nieve en el parque y tendríamos muchos caminos técnicos para seguir probando las virtudes todoterreno de la Amarok, pero el invierno más caliente de los últimos años nos dio carreteras en perfecto estado, el mayor obstáculo que encontramos fue un deslave de rocas, aunque con la tradicional eficiencia norteamericana, el camino ya se encontraba desviado y con letreros que indicaban de cuánto tiempo sería la demora.
Allí nos despedimos de los caminos “rurales” con un atardecer espectacular, de esos momentos en que la naturaleza parece ‘rogarte’ que la contemples, por lo que nos detuvimos en un área de descanso para deleitarnos con el sol ocultándose tras las montañas tiñendo el cielo de rojo.
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