Publicado el 27/04/2011 20:15
Todo aquel que se haga llamar aficionado a las carreras de monoplazas sabrá que existe un puñado de trazados que son consideradas como recintos sagrados para el mundo de la velocidad. Escenarios que por su importancia histórica o simplemente por el glamour que generan se han convertido hoy en día en paradas obligadas para nuestro amado deporte.
Uno de las más conocidos a nivel mundial es el legendario Indianápolis Motor Speedway localizado en Indiana, Estados Unidos y, que año con año desde hace exactamente un siglo ha albergado casi ininterrumpidamente (su celebración fue cancelada en 1917 y 1918 debido a la Primera Guerra Mundial) una de las carreras más peligrosas y demandantes para pilotos y máquinas: las 500 Millas de Indianápolis.
Su nacimiento allá por el año de 1909 estuvo enfocado para colocar a los Estados Unidos como un referente en el mundo de los espectáculos deportivos y sobre todo dentro de las competencias de autos de carreras llegando inclusive a originar la creación de su propia categoría, la IndyCar.
Al igual como sucede con todos los grandes escenarios deportivos, el óvalo de Indianápolis cuenta con sus propias historias, proezas, misterios y tragedias. Aquí han figurado los mejores nombres del automovilismo internacional incluyendo a personalidades de la talla de A.J. Foyt, Parnelli Jones, Jim Clark, Graham Hill, Mario Andretti, Al Unser, Emerson Fittipaldi, Jacques Villeneuve, Juan Pablo Montoya, Scott Dixon, etcétera.
En dicho recinto se han visto las innovaciones más destacadas que han cambiado el mundo del deporte motor que incluyen desde la aparición del primer espejo retrovisor en la primera edición de 1911 ganada por Ray Harroun, hasta la adopción de los sistemas de seguridad más significativos como el HANS.
Las cualidades que presenta el trazado la colocan como la carrera de monoplazas más vertiginosa del mundo alcanzando promedios de infarto que llegan a rozar los 400 km/hr. El récord que reina actualmente extraoficialmente es del holandés Arie Luyendyk quien completó las 2.5 millas a un promedio de 384,969 km/h en la sesión de clasificación de 1996.
Debido al interés que despertó la competencia después de su primera edición, el órgano regulador de aquel entonces, la Asociación Americana del Automóvil tuvo que buscar la manera de limitar el número de participantes basado en la longitud del óvalo y la seguridad de los pilotos. Desde ese entonces se han visto parrillas de 30, 40 y hasta 42 automóviles, quedando la cifra actual en solo 33. Su importancia a nivel internacional ha alcanzado tal magnitud que inclusive el campeonato de Fórmula Uno incluyó el trazado como parte de su calendario en la década de los 50´s y 60´s.
A pesar de que el reto es muy grande, pilotos, equipos y mecánicos se dan cita año con año en busca del reconocimiento más importante que otorga el automovilismo norteamericano: la copa Borg Warner. La tradición de entregar este trofeo fabricado en plata y que cuenta en su superficie con los rostros de los ganadores precios data del año de 1936 gracias a la iniciativa de la empresa automotriz Borg Warner Company.
Lamentablemente así como las 500 Millas de Indianápolis ha dado tantos momentos gloriosos al automovilismo deportivo también ha escenificado las peores tragedias del deporte sumando hasta la fecha un total de 41 pilotos caídos, 18 en plena carrera y 23 en calificaciones y entrenamientos.
Su relevancia dentro del mundo del deporte motor coloca a las 500 Millas de Indianápolis a la par de las mejores carreras europeas como lo es el Gran Premio de Mónaco. Los trazados, las cifras, el número de participantes y el tipo de autos que corren en cada lugar pueden ser distintos, sin embargo ambos eventos comparten algo en común: el amor por la velocidad.
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